4 de Diciembre del 2025

1ª Semana de Adviento 

San Juan Damasceno (749)

Santa Bárbara (306)

Is 26,1-6: «Que entre un pueblo justo»

Sal 118: «Bendito el que viene en nombre del Señor»

Mt 7, 21.24-27: Quien cumple la voluntad del Padre es prudente

 

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: No todo el que me diga: ¡Señor, Señor!, entrará en el reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre del cielo. 

25 Así pues, quien escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a un hombre prudente que construyó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, crecieron los ríos, soplaron los vientos y se abatieron sobre la casa; pero no se derrumbó, porque estaba cimentada sobre roca. 

26 Quien escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a un hombre tonto que construyó su casa sobre arena. 

27 Cayó la lluvia, crecieron los ríos, soplaron los vientos, golpearon la casa y ésta se derrumbó. Fue una ruina terrible.

 

Comentario 

El texto nos invita a reflexionar sobre la importancia de poner en práctica las enseñanzas de Jesús en nuestra vida diaria. En este pasaje, Jesús utiliza la metáfora de dos hombres que construyen sus casas en diferentes cimientos: uno en la roca y otro en la arena. La roca simboliza la firmeza, la estabilidad y la confianza en Jesús como Señor de nuestras vidas, mientras que la arena representa la inestabilidad, la falta de cimientos sólidos o también la falta de coherencia con la fe proclamada. Por lo tanto, construir nuestra vida sobre la roca implica escuchar y poner en práctica las enseñanzas de Jesús, mientras que construir sobre la arena es vivir con poca coherencia nuestra vida de fe. Jesús nos invita a edificar la vida personal, familiar y de comunidad sobre la base de la fe y del amor compartido. Son muchos los vientos contrarios que buscan desestabilizarnos y destruirnos. Recordemos que no basta con tener una relación personal con Dios, sino que necesitamos cultivar relaciones armoniosas con el entorno que nos rodea.

“Cuando hay circunstancias que nos abruman, siempre podemos recurrir al ancla de la súplica, que nos lleva a quedar de nuevo en las manos de Dios” (GE 114).