20º Semana ordinaro
San Bartolomé (s. I)
Isaías 66,18-21: De todos los países traerán a todos sus hermanos
Salmo: 117: «¡Vayan por todo el mundo; proclamen la Buena Nueva!»
Hebreos 12,5-7.11-13: El Señor reprende a los que ama
Lucas 13,22-30: Vendrán de todas partes a la mesa del reino
Jesús iba enseñando por ciudades y pueblos mientras se dirigía a Jerusalén.
23 Uno le preguntó: Señor, ¿son pocos los que se salvan? Les contestó:
24 Procuren entrar por la puerta estrecha, porque les digo que muchos intentarán entrar y no podrán.
25 Apenas se levante el dueño de casa y cierre la puerta, ustedes desde afuera se pondrán a golpear diciendo: Señor, ábrenos. Él les contestará: No sé de dónde son ustedes.
26 Entonces dirán: Hemos comido y bebido contigo, en nuestras calles enseñaste.
27 Él responderá: les digo que no sé de dónde son ustedes. Apártense de mí, malhechores.
28 Allí será el llanto y el crujir de dientes, cuando vean a Abrahán, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, mientras ustedes sean expulsados.
29 Vendrán de oriente y occidente, del norte y el sur, y se sentarán a la mesa en el reino del Señor. 30 Porque, hay últimos que serán primeros y primeros que serán últimos.o.
Las lecturas de este domingo nos presentan la universalidad de la salvación de Dios. El profeta Isaías anuncia un mensaje de fraternidad universal en el que todos los pueblos podrán sentarse en el banquete del Reino. Aunque son de culturas y de procedencias distintas, en hermandad compartida ofrecen sus dones al Señor. Cuánta actualidad sigue teniendo este texto para nuestro mundo de hoy, en el que tantos hermanos y hermanas se ven forzados a emigrar de sus lugares de origen. Urge superar todo tipo de discriminación y sentirnos una sola familia humana, ayudándonos a recuperar la dignidad y comunión perdidas. Será el mejor regalo de humanidad que podemos ofrecer a Dios.
En el evangelio vemos a Jesús que mientras camina hacia Jerusalén habla con frecuencia de las comidas como símbolo del Reino. Uno de entre la gente le pregunta por el número de los que se van a salvar, de los que podrán participar al banquete del Señor. Jesús responde, no indicando el número, sino invitando a sus oyentes a esforzarse por entrar por la puerta estrecha en la mesa compartida del Reino.
Con esta imagen de la puerta estrecha podemos evaluar nuestra experiencia de fe. Eso implica cultivar la paciencia y la confianza en medio de una realidad llena de incertezas e inseguridades. Para entrar en la vida de Dios, necesitamos pasar por la puerta que es Jesús. Es estrecha no porque son pocos los que van a entrar, sino porque ser cristianos significa ante todo seguirlo, comprometer la vida en el amor, en la compasión y la justicia. Entrar en el proyecto de vida que Jesús nos propone requiere conversión en nuestras actitudes egoístas. Como afirmó el papa Francisco: «limitar el espacio del egoísmo, reducir la presunción de la autosuficiencia, abajar las alturas de la soberbia y del orgullo, superar la pereza para atravesar al riesgo del amor hasta llegar a la cruz».
En definitiva, entrar en la lógica del Reino, donde los últimos son los primeros, es ser continuadores de la práctica compasiva de Jesús. Hay mucha gente que, sin mencionar a Dios, pasan su vida haciendo el bien y sanando. Y es que para Jesús lo que cuenta no son las apariencias externas, sino lo que nace del corazón; sobre todo, se trata de cuestionar cómo nos ubicamos en la vida ante los que consideramos últimos. ¿Qué esfuerzos hago por entrar por la puerta estrecha que conduce a la vida plena? Pidamos en nuestra oración ser fieles al seguimiento de Jesús y hacer vida su Evangelio.
“La Buena Nueva de Jesucristo tiene una destinación universal. Su mandato de caridad abraza todas las dimensiones de la existencia, todas las personas, todos los ambientes de la convivencia y todos los pueblos” (EG 181).”