Primera lectura: 2Cor 5,14-21:
El que no pecó, expió nuestros pecados
Salmo: 103:
«El Señor es compasivo y misericordioso»
Evangelio: Mt 5,33-37:
«Yo les digo que no juren en absoluto»
10a Semana Ordinario San Anastasio, Digna y Félix (s. IX)
34 Pues yo les digo que no juren en absoluto: ni por el cielo, que es trono de Dios;
35 ni por la tierra, que es tarima de sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del gran Rey;
36 ni jures tampoco por tu cabeza, pues no puedes convertir en blanco o negro uno solo de tus cabellos.
37 Que la palabra de ustedes sea sí, sí; no, no. Lo que se añada luego procede del Maligno.
La integridad en las relaciones, los compromisos y las decisiones define a una persona. Valorar la palabra dada, buscar el bien propio y ajeno sin cambiar de rumbo, trasciende intereses mezquinos, falsedades y mentiras. Esta esencia es base para superar cualquier escenario de corrupción, forjar confianza y garantizar la concordia en cualquier contrato social y en la edificación de sociedades pacíficas. La familia es cuna de estas actitudes, lugar para la autenticidad y superar la doble moral. La enseñanza de Jesús sobre no jurar en falso destaca la importancia de la honestidad. Sus sabias palabras nos instan a que nuestro sí sea sí y nuestro no sea no, rechazando ambigüedades lamentables. Ahora, ¿cómo cultivar la integridad en un mundo fragmentado y urgido de esta actitud? El crecimiento humano y espiritual se logra siguiendo y escuchando al Espíritu que actúa en nuestro interior ¿escuchamos y actuamos según sus mociones? Estas preguntas nos retan a crecer y evolucionar, recordándonos que la integridad y la verdad son la base de relaciones sólidas y de sociedades justas.
“Sea que coma, beba, hable con otros, o haga cualquier cosa, siempre ande deseando a Dios y apegando a él su corazón” (GE 148).