Primera lectura: Is 49,1-6:
«Te hago luz de las naciones»
Salmo: 139:
«Te doy gracias porque me has escogido portentosamente»
Segunda lectura: Hch 13,22-26:
Juan preparaba el camino al Señor predicando la conversión
Evangelio: Lc 1,57-66.80:
«Se va a llamar Juan»
12ª Semana Ordinario NATIVIDAD DE JUAN BAUTISTA
57 cuando a Isabel se le cumplió el tiempo del parto, dio a luz un hijo.
58 Los vecinos y parientes, al enterarse de que el Señor la había tratado con tanta misericordia, se alegraron con ella.
59 Al octavo día fueron a circuncidarlo y querían llamarlo como su padre, Zacarías.
60 Pero la madre intervino: No; se tiene que llamar Juan.
61 Le decían que nadie en la parentela llevaba ese nombre.
62 Preguntaron por señas al padre qué nombre quería darle.
63 Pidió una pizarra y escribió: Su nombre es Juan. Todos se asombraron.
64 En ese instante se le soltó la boca y la lengua y se puso a hablar bendiciendo a Dios.
65 Todos los vecinos quedaron asombrados; lo sucedido se contó por toda la serranía de Judea
66 y los que lo oían reflexionaban diciéndose: ¿Qué va a ser este niño? Porque la mano del Señor lo acompañaba.
80 El niño crecía, se fortalecía espiritualmente y vivió en el desierto hasta el día en que se presentó a Israel.
El nacimiento de Juan Bautista nos recuerda que la vida fecunda, la alegría plena, la terca esperanza son posibles gracias a la respuesta misericordiosa y salvífica de Dios a la humanidad. Particularmente cuando pensamos que no hay salida, cuando creemos que nos marchitamos y no tenemos las fuerzas necesarias para comunicar la vida y el amor a los demás, es allí cuando se hace presente. Hemos naturalizado las malas noticias y en esto tienen una gran responsabilidad los medios de comunicación social. Es más viral una noticia de homicidas, el horror de la guerra y la perversión que un acto de ayuda humanitaria, el cuidado de la salud o la defensa del medio ambiente. El evangelio de hoy despierta el sentido esperanzador de nuestra fe, el cual se alimenta de una alegría comunitaria, celebrada y compartida, que traen las buenas noticias. Que las prácticas solidarias con aquellos grupos humanos que viven en situaciones de pobreza y olvido social, sean nuestra manera habitual de compartir la fe y la vida.
“En la actualidad los individuos son menos apoyados por las estructuras sociales en su vida afectiva y familiar” (AL 32).