31a Semana Ordinario
San Vicente Grossi (1917)
Rom 15,14-21: Por Cristo Jesús, puedo sentirme orgulloso
Sal 98: «Que todos los pueblos aclamen al Señor»
Lc 16,1-8: Los hijos de este mundo son más astutos que los de la luz
En aquel tiempo decía Jesús a sus discípulos: Un hombre rico tenía un administrador. Le llegaron quejas de que estaba derrochando sus bienes.
2 Lo llamó y le dijo: ¿Qué es lo que me han contado de ti? Dame cuentas de tu administración, porque ya no podrás seguir en tu puesto.
3 El administrador pensó: ¿Qué voy a hacer ahora que el dueño me quita mi puesto? Para cavar no tengo fuerzas, pedir limosna me da vergüenza.
4 Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me despidan, alguno me reciba en su casa.
5 Fue llamando uno por uno a los deudores de su señor y dijo al primero: ¿Cuánto debes a mi señor?
6 Contestó: Cien barriles de aceite. Le dijo: Toma el recibo, siéntate enseguida y escribe cincuenta.
7 Al segundo le dijo: Y tú, ¿cuánto debes? Contestó: Cuarenta toneladas de trigo. Le dijo: Toma tu recibo y escribe treinta.
8 El dueño alabó al administrador deshonesto por la astucia con que había actuado. Porque los hijos de este mundo son más astutos con sus semejantes que los hijos de la luz.
Comentario
Hemos leído la parábola acerca de un juez corrupto. Al principio pareciera que Jesús lo aplaude, pero no por su mal proceder. Lo que realmente valora es la astucia de su conducta para reinventarse en un momento adverso. Si prestamos atención a las personas que por instinto de supervivencia se defienden, gritan, huyen, reconoceríamos esa energía contenida en su interior, tan necesaria para hacer prevalecer la vida. Esa es la misma vitalidad e impulso que Jesús quiere que empleemos apasionadamente para hacer el bien y hacer presente el Reino. Se trata de actitudes, disposiciones, relaciones que construyen puentes y derriban los muros del mal. Si lo ponemos en términos de justicia como equilibrio, tendríamos que valernos de la astucia para reconocer el mal y de la prudencia, para encontrar la solución adecuada. El dinero o los recursos no son malos ni buenos, sino el efecto que producen en nosotros, de acaparamiento o de solidaridad. Conscientes de vivir en un mundo injusto, cuidémonos de la tentación del uso indebido de los bienes.
“Procura estar siempre allí donde hace más falta la luz y la vida del Resucitado” (EG 30).
