Primera lectura: Génesis 15,5-12.17-18:
Dios hace alianza con Abrahán
Salmo: 27:
«El Señor es mi luz y mi salvación»
Segunda lectura: Filipenses 3,20–4,1:
Cristo nos transformará
Evangelio: Lucas 9,28b-36:
«Este es mi Hijo, el escogido, escúchenlo»
2º DE CUARESMA San José Gabriel del Rosario Brochero (1914)
29 Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y su ropa resplandecía de blancura.
30 De pronto dos hombres hablaban con él: eran Moisés y Elías,
31 que aparecieron gloriosos y comentaban la partida de Jesús que se iba a consumar en Jerusalén.
32 Pedro y sus compañeros tenían mucho sueño. Al despertar, vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él.
33 Cuando éstos se retiraron, dijo Pedro a Jesús: Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a armar tres carpas: una para ti, una para Moisés y una para Elías –no sabía lo que decía–.
34 Apenas lo dijo, vino una nube que les hizo sombra. Al entrar en la nube, se asustaron.
35 Y se escuchó una voz que decía desde la nube: Éste es mi Hijo elegido. Escúchenlo.
36 Al escucharse la voz, se encontraba Jesús solo. Ellos guardaron silencio y por entonces no contaron a nadie lo que habían visto.
Celebramos como comunidad de fe el segundo domingo de cuaresma y vamos siguiendo este itinerario hacia Dios. Quien toma la iniciativa e invita a la confianza es el mismo Dios. Abrán es escogido para sembrar la simiente de lo que será el pueblo de la Alianza. Un pueblo llamado a dar testimonio del amor y la misericordia de Dios. El sueño de una nueva humanidad, depende de la correspondencia del pueblo, significado en las dos mitades de los animales sacrificados. Dios pone de su parte y espera de cada uno de sus hijos e hijas el compromiso de vivir en comunión con él y en armonía con todo lo creado.
Pablo, por su parte, anuncia a la comunidad creyente de Filipos la posibilidad de una nueva ciudadanía, asegurándoles libertad y realización verdadera. Es una alternativa humanizadora, frente al modelo social imperante que reduce al ser humano a sus solos deseos, haciéndole esclavo del poder, la riqueza y los placeres.
En sintonía con la propuesta de vida plena en Dios, Lucas nos presenta hoy el pasaje de la “transfiguración”. Repasemos su simbolismo y significado para nuestra vida de fe. Jesús sube un monte; sabemos que las cimas de los montes son simbólicamente los lugares de las teofanías o manifestaciones de Dios. Lo que indica es la necesaria disposición para entrar en comunión plena con Dios, sin que haya obstáculos o distracciones. Le acompañan tres miembros de la comunidad, en calidad de testigos, personas capaces de dar fe de lo que significa seguirle y dejarse iluminar por su presencia. El acontecimiento sucede en ambiente de oración, es decir, en un momento de profunda intimidad y comunión con Dios.
Jesús se trans-figura, manifiesta quien realmente es, mostrándose radiante como el sol. En Jesús reconocemos con claridad al Dios de la Alianza. La presencia de Moisés y Elías hace referencia a la ley del amor y a la profecía mesiánica. En Jesús, será en quien se hacen vida la ley y los profetas. Su Palabra será la nueva ley y el cumplimiento de las antiguas profecías. La nube, bien sabemos, simboliza la presencia de Dios (Ex 40,34). La voz que declara la filiación divina de Jesús, será la misma que le conforta y acompaña camino de la cruz. En Cristo transfigurado también se anticipa nuestra propia “transformación integral”, manifestando al Dios que nos habita. La cuaresma es tiempo propicio para apartarnos de todo lo que desfigura la imagen de Dios en nosotros. Que sepamos irradiar su presencia y caminar hacia la madurez en el amor.
“Cada cristiano está llamado a reconocer en los migrantes el rostro de Cristo, hambriento, sediento, desnudo, enfermo, forastero y encarcelado, que nos interpela” (Papa Francisco).