33º Semana Ordinario
Santa Cecilia (177)
1Mac 6,1-13: Antíoco se asustó y enfermó
Sal 9: «No abandonas, Señor, a los que te buscan»
Lc 20,27-40: Es Dios de vivos
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, los que niegan la resurrección, y le preguntaron:
28 Maestro, Moisés nos ordenó que si un hombre casado muere sin hijos, su hermano se case con la viuda para dar descendencia al hermano difunto.
29 Ahora bien, eran siete hermanos. El primero se casó y murió sin dejar hijos.
30 Lo mismo el segundo
31 y el tercero se casaron con ella; igual los siete, que murieron sin dejar hijos.
32 Después murió la mujer.
33 Cuando resuciten, ¿de quién será esposa la mujer? Porque los siete fueron maridos suyos.
34 Jesús les respondió: Los que viven en este mundo toman marido o mujer.
35 Pero los que sean dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no tomarán marido ni mujer;
36 porque ya no pueden morir y son como ángeles; y, habiendo resucitado, son hijos de Dios.
37 Y que los muertos resucitan lo indica también Moisés, en lo de la zarza, cuando llama al Señor Dios de Abrahán y Dios de Isaac y Dios de Jacob.
38 No es Dios de muertos sino de vivos, porque para él todos viven.
39 Intervinieron algunos letrados y le dijeron: Maestro, qué bien has hablado.
40 Y no se atrevieron a hacerle más preguntas.
Comentario
La lectura de los Macabeos nos recuerda que el mal y los planes de los poderosos no tienen, ni tendrán la última palabra. Dios es quien hace prevalecer su amor y misericordia, como caminos de sanación y verdadera restauración, comenzando por quienes han sufrido el impacto directo de las dictaduras. Todo Imperio cae y seguirá cayendo. Cada creyente debe cuidarse de caer en los pecados de codicia, soberbia, autosuficiencia, porque no sólo esclavizan y someten a reyes y gente con poder. Por eso el salmista suplica que Dios no abandone a quienes lo buscan con corazón humilde. El evangelio presenta un conflicto de doctrina religiosa en torno a la resurrección. Quien vive de la fe en Jesús resucitado, será siempre testigo de un mejor comportamiento, alejado del egoísmo y del irrespeto de las personas. Ninguna persona puede convertirse en dueña de otra, ni estamos obligados a vivir sometidos a nada, ni nadie. La dignidad que Jesús nos adquirió a precio de su sangre, tiene que impulsarnos a luchar por nuestra liberación.
“Cristo resucitado y glorioso es la fuente profunda de nuestra esperanza, y no nos faltará su ayuda para cumplir la misión que nos encomienda” (EG 275).
