33º Semana Ordinario
Basílicas de Pedro y Pablo
Santa Rosa Filipina Duchesne (1852)
2Mac 6,18-31: «Legaré un noble ejemplo»
Sal 3: «Levántate, Señor; sálvame»
Lc 19,1-10: El Hijo ha venido a salvar lo perdido
En aquel tiempo entró Jesús en Jericó y atravesó la ciudad.
2 Allí vivía un hombre llamado Zaqueo, jefe de recaudadores de impuestos y muy rico, que
3 intentaba ver quién era Jesús; pero, a causa del gentío, no lo conseguía porque era bajo de estatura.
4 Se adelantó de una carrera y se subió a un árbol para verlo, pues iba a pasar por allí.
5 Cuando Jesús llegó al sitio, alzó la vista y le dijo: Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que hospedarme en tu casa.
6 Bajó rápidamente y lo recibió muy contento.
7 Al verlo, murmuraban todos porque entraba a hospedarse en casa de un pecador.
8 Pero Zaqueo se puso en pie y dijo al Señor: Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres, y a quien haya defraudado le devolveré cuatro veces más.
9 Jesús le dijo: Hoy ha llegado la salvación a esta casa, ya que también él es hijo de Abrahán.
10 Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y salvar lo perdido.
Comentario
Continuamos leyendo las historias de resistencia pasiva que viven los Macabeos defensores de la fe e independencia del territorio judío. Se vieron obligados a adorar a otros dioses, pero muchos prefirieron quedar en la memoria del pueblo como mártires antes de traicionar sus valores y principios religiosos. Ejemplo de ello fue el anciano Eleazar, que sus noventa años no se dejó seducir por el mal. Vivimos bombardeados por la superficialidad y la relajación de costumbres, podríamos preguntarnos: ¿En qué o en quién tenemos puesta nuestra confianza? En el evangelio presenciamos el encuentro entre Jesús y Zaqueo. Este hombre se había enriquecido cobrando impuestos para el imperio Romano, lo que lo hacía despreciable ante la comunidad. Pero Jesús se detiene, fija en él su mirada y lo acompaña hasta abajarlo y transformar su corazón. De sentirse juzgado por su mal proceder pasa a practicar la justicia, reparando el daño causado. Pidamos en nuestra oración no traicionar nuestra humanidad, ni principios o valores. Danos, oh, Dios, un corazón valiente y sencillo.
“No se considera a las personas como un valor primario que hay que respetar y amparar” (FT 18).
