Primera lectura: Is 42,1-7:
«Sobre Él he puesto mi espíritu»
Salmo: 27:
«El señor es mi luz y mi salvación»
Evangelio: Jn 12,1-11:
María ungió a Jesús
Lunes Santo
2 Le ofrecieron un banquete. Marta servía y Lázaro era uno de los comensales.
3 María tomó una libra de perfume de nardo puro, muy costoso, ungió con él los pies a Jesús y se los enjugó con los cabellos. La casa se llenó del olor del perfume.
4 Judas Iscariote, uno de los discípulos, el que lo iba a entregar, dijo:
5 ¿Por qué no han vendido ese perfume en trescientas monedas para repartirlas a los pobres?
6 Lo decía no porque le importaran los pobres sino porque era ladrón; y, como llevaba la bolsa, robaba de lo que ponían en ella.
7 Jesús contestó: Déjala que lo guarde para el día de mi sepultura.
8 A los pobres los tendrán siempre entre ustedes, pero a mí no siempre me tendrán.
9 Un gran gentío de judíos supo que estaba allí y acudieron, no sólo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, al que había resucitado de entre los muertos.
10 Los sumos sacerdotes habían decidido dar muerte también a Lázaro, 11porque por su causa muchos judíos iban y creían en Jesús.
Comenzamos la semana acompañando a Jesús camino de la cruz. Lo encontramos en casa de Lázaro, Marta y María, sus amigos entrañables de Betania. Con diferentes actitudes se desbordan en atenciones hacia Jesús y su comunidad. María expresa el amor hacia Jesús, ungiéndole los pies para fortalecer su caminar. Marta hará otro tanto, en lo referido a la estancia y los alimentos; Lázaro como amigo entrañable, agradecido por traerlo un tiempo más a la vida. Una vida volcada en amor es correspondida y sostenida; en cambio, una vida llena de egoísmo y ambición se consume sola por dentro. Es un día oportuno para agradecer los tantos gestos de amor que recibimos. Seamos como esos ejemplares amigos de Betania, solidarios con quien está pasando dificultad o necesita de nuestra compañía. Cuidémonos de la envidia, transformémosla en ocasión para practicar el valor del “otro”. Roguemos a Dios nos conceda el don de la hospitalidad y el servicio.
“La persona humana, con sus derechos inalienables, está naturalmente abierta a los vínculos. En su propia raíz reside el llamado a trascenderse a sí misma en el encuentro con otros” (FT 111).