30a Semana Ordinario
San Gaetano Errico (1860)
San Miguel Rúa (1910)
Rom 8:26-30: A los que aman a Dios todo les sirve para el bien
Sal 13: «Yo confío, Señor, en tu misericordia
Lc 13,22-30: Vendrán de oriente y occidente y se sentarán a la mesa en el Reino de Dios
En aquel tiempo, Jesús iba enseñando por ciudades y pueblos mientras se dirigía a Jerusalén.
23 Uno le preguntó: Señor, ¿son pocos los que se salvan? Les contestó:
24 Procuren entrar por la puerta estrecha, porque les digo que muchos intentarán entrar y no podrán.
25 Apenas se levante el dueño de casa y cierre la puerta, ustedes desde afuera se pondrán a golpear diciendo: Señor, ábrenos. Él les contestará: No sé de dónde son ustedes.
26 Entonces dirán: Hemos comido y bebido contigo, en nuestras calles enseñaste.
27 Él responderá: Les digo que no sé de dónde son ustedes. Apártense de mí, malhechores.
28 Allí será el llanto y el crujir de dientes, cuando vean a Abrahán, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, mientras ustedes sean expulsados.
29 Vendrán de oriente y occidente, del norte y el sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios.
30 Porque, hay últimos que serán primeros y primeros que serán últimos.
Comentario
Jesús indica a sus seguidores que todo lo que brota del amor es lo que importa. Al hablar de «puerta estrecha», reconoce que no es un camino fácil. Se trata de un amor maduro y no exclusivo, capaz de ofrecerse a los desfavorecidos. Un camino de salvación comunitaria capaz de socorrer, sanar, cuidar de la vida. Tarea cristiana será salir de nuestra comodidad e ir al encuentro de quien nos necesita, sobre todo, en estos tiempos donde la indiferencia nos encierra y nos hace personas individualistas. Quienes nos sintamos muy seguros de estar en paz con Dios, tendremos que corroborarlo en nuestra capacidad de compartir nuestra vida con los demás. Cada vez es menos creíble un cristianismo de ritos, necesitamos mostrar nuestra capacidad de comprometernos allí donde la vida lo demanda. Es prudente reconocer lo que hay de anti reino en nuestra realidad y que termina afectando nuestras relaciones familiares, sociales y de Iglesia. Sólo así nos dispondremos a generar cambios propicios contra la cultura de la muerte.
“En el ocaso de nuestra vida seremos juzgados en el amor.” (San Juan de la Cruz).
