San Esteban, protomártir (s.I)
Nuestra Sra. de Andacollo
Hch 6,8-10; 7,54-60: «Veo el cielo abierto»
Sal 31: «En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu»
Mt 10,17-22: «No serán ustedes los que hablen, sino el Espíritu del Padre»
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: ¡Cuidado con la gente!, porque los entregarán a los tribunales y los azotarán en sus sinagogas.
18 Los harán comparecer ante gobernadores y reyes por mi causa, para dar testimonio ante ellos y los paganos.
19 Cuando los entreguen, no se preocupen por lo que van a decir;
20 pues no serán ustedes los que hablen, sino el Espíritu de su Padre hablará por ustedes.
21 Un hermano entregará a la muerte a su hermano, un padre a su hijo; se rebelarán hijos contra padres y los matarán.
22 Serán odiados por todos a causa de mi nombre. Quien resista hasta el final se salvará.
Comentario
Hoy, de sopetón, la liturgia nos muestra a un Jesús adulto. ¡Qué rápido crecen los niños y, así, se pasa la vida! Encontramos una advertencia dirigida a la comunidad discipular, respecto de los desafíos que enfrentarán al seguir su camino. Serán entregados a los tribunales, azotados y perseguidos por su causa. En esta situación, la promesa del Espíritu que hablará a través de ellos toma un significado especial. Retomamos acá, el anuncio del Dios con nosotros, que en las buenas y en las malas, camina con su Pueblo. Ese mismo Espíritu divino fue el que inspiró a Esteban, diácono, a servir a las personas necesitadas y a tener elocuencia de palabras, además, la fortaleza necesaria para la entrega de la vida. La hostilidad de un mundo empecatado se vuelca con toda su furia, hacia quienes encarnan la Buena Nueva de Jesús. Son el retrato vivo de las tensiones que surgen al comprometerse con las causas justas. Sin embargo, Jesús promete la vida plena para aquellos que perseveren y se mantengan fieles.
“El triunfo cristiano es siempre una cruz, pero una cruz que al mismo tiempo es bandera de victoria, que se lleva con una ternura combativa ante los embates del mal” (GE 85).
