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Un nuevo año litúrgico se abre ante nosotros con la llegada del Adviento. Dejamos atrás la Escuela del evangelista Lucas y entramos ahora en la de Mateo, guía del ciclo A. Con él aprenderemos a madurar en la fe, a contemplar a Jesús desde su arraigo en la historia de salvación de Israel y a acercarnos con más decisión al corazón de su proyecto: el Reino.
Los textos que la liturgia nos ofrece en este tiempo nos invitarán a vivir con pasión, abiertos al camino, vigilantes, despiertos y comprometidos como peregrinos de la Esperanza. Y esto, precisamente en un mundo que con frecuencia parece distraído, desorientado o cargado de soledad. El Adviento nos recuerda que no caminamos a oscuras: Alguien viene a nuestro encuentro y enciende nuevas luces en cada espera.
Junto a los signos externos que alimentan nuestra sensibilidad —la corona de Adviento, los nacimientos o pesebres, las luces y los árboles— necesitamos no descuidar la preparación interior. El mejor hogar para recibir al Señor es el corazón dispuesto: agradecido, generoso, reconciliado, capaz de “hacer espacio” a Dios y a los hermanos y hermanas. Ahí es donde Él desea hablarnos y fortalecernos con la certeza de su compañía.
El Adviento también nos regala figuras bíblicas que acompañan nuestra espera:
- Isaías, profeta de la esperanza, que nos recuerda que Dios puede hacer brotar vida aun en los desiertos más áridos.
- Juan el Bautista, voz recia y clara que nos llama a la conversión y a enderezar los senderos de nuestra vida.
- María, la creyente dócil, mujer que escucha, acoge y se pone en camino llevando en su seno la promesa cumplida.
Con ellos aprendemos a esperar no con pasividad, sino con la vigilancia y la esperanza activa de quienes saben que Dios ya está entre nosotros.
Oración para el Adviento
Señor Jesús, que vienes a nuestro encuentro,
despierta en nosotros la esperanza
y haznos sensibles a tu presencia discreta.
Limpia nuestro corazón de temores y distracciones,
para que podamos reconocerte en cada gesto de amor
y en cada oportunidad de servir.
Que Isaías nos enseñe a soñar,
Juan a convertirnos,
y María a confiar.
Haz de este Adviento un tiempo fecundo,
un amanecer que renueve nuestra fe
y prepare nuestra vida para tu llegada.
Amén.
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