Primera lectura: Jer 1,17-19:
Diles que yo te mando. No les tengas miedo
Salmo: 71:
Mi boca contará tu auxilio
Evangelio: Mc 6,17-29:
“Dame la cabeza de Juan el Bautista”
21ª Semana Ordinario Martirio de Juan Bautista (s. I)
18 Juan le decía a Herodes que no le era lícito tener a la mujer de su hermano.
19 Por eso Herodías le tenía rencor y quería darle muerte; pero no podía,
20 porque Herodes respetaba a Juan. Sabiendo que era hombre honrado y santo, lo protegía; hacía muchas cosas aconsejado por él y lo escuchaba con agrado.
21 Llegó la oportunidad cuando, para su cumpleaños, Herodes ofreció un banquete a sus dignatarios, a sus comandantes y a la gente principal de Galilea.
22 Entró la hija de Herodías, bailó y gustó a Herodes y a los convidados. El rey dijo a la muchacha: Pídeme lo que quieras, que te lo daré.
23 Y juró: Aunque me pidas la mitad de mi reino, te lo daré.
24 Ella salió y preguntó a su madre: ¿Qué le pido? Le respondió: La cabeza de Juan el Bautista.
25 Entró enseguida, se acercó al rey y le pidió: Quiero que me des inmediatamente, en una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista.
26 El rey se puso muy triste; pero, por el juramento y por los convidados, no quiso contrariarla.
27 Y envió inmediatamente a un verdugo con orden de traer la cabeza de Juan. Éste fue y lo decapitó en la prisión,
28 trajo en una bandeja la cabeza y se la entregó a la muchacha; y ella se la entregó a su madre.
29 Sus discípulos, al enterarse, fueron a recoger el cadáver y le dieron sepultura.
La imposible amistad entre la profecía y el poder de turno parece ser el trasfondo de la muerte de Juan el Bautista. Sabemos, por otros episodios del Evangelio, que Juan no era un hombre fácil. La rigurosidad de vida se veía en su cuerpo; la radicalidad con la que interpelaba a la conversión se sentía en sus palabras. Resulta llamativo que aún con ese carácter Herodes lo tuviese como referente y consejero. Lo respetaba por ser un hombre honrado y santo. Podemos decir que el Bautista, en su misión, en su predicación, exhortaba l a que cada uno respondiese según su condición (Lc 3,10ss), que tuviera coherencia con la situación vital en la cual se encontraba. A nadie se le cerraban puertas para cambiar y mejorar; a nadie se le pedían cosas demasiado extraordinarias. La coherencia en las opciones hace la diferencia. ¿Será que podemos pensar una santidad en clave de coherencia para concentrar las fuerzas en lo realmente necesario? Seguramente, cada uno de nosotros puede hacer del día a día un gesto de profecía.
“Dios no puede reinar entre los hombres sin hacer justicia a los que nadie se la hace” (J. Pagola).